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DE LO QUE ACONTECIÓ A UNA REINA QUE SE ECHÓ A LA CALLE

Comienzo Capítulo 1

Mucho antes de que James Ensor pintara su famoso cuadro Las máscaras y la muerte, aquella reina se encontraba perdida en los laberintos pétreos de su palacio. Una vida entregada a la soledad de un rey esporádico, cazador empedernido, batallador incansable, dictador de leyes y edictos. Ella era la mujer más feliz del reino, debería serlo al menos, con sus oropeles, sus camas de seda, sus infinitos criados, sus serviles y adiestradas doncellas, sus privilegios y sus faisanes a la naranja. Pero de nada servía todo aquello sin las caricias de unos labios arrulladores, sin el contacto de unas manos tibias y desorbitadas, sin las atenciones de un galante y esclavo caballero. De nada servía nada con aquel implacable cinturón de castidad a cuestas en las guerras cortas aunque intensas contra reinos sublevados por la injusticia. Y el Rey, cuando se dignaba a compartir el lecho con ella, simplemente era para dormir después de alguna orgía secreta en los recodos del palacio.

La Reina se veía incapaz de hacer frente a aquella situación. Cómo hubiera deseado tener el arrojo, el denuedo de esa hetaira griega nacida en Mileto hacia el 480 a. de J. C. que se llamó Aspasia. No, tan sólo se conformaba con pensar en la posibilidad de que aquel retrato suyo que había sobre el espejo lo hubiera realizado el ínclito Hans Holbein, el Joven, naturalmente. Y había de pasar las horas, plomizas, interminables, derramando lágrimas en su almohada de seda, bajo la cual ocultaba la primera edición ilustrada de La princesa Brambilla, del renombrado escritor Hoffmann. La lectura de esas páginas a veces la salvaba de la monotonía en la que se veía envuelta; ni siquiera en las recepciones a otros monarcas procedentes de lejanos reinos, podía mostrar su elocuencia, la alegría de unos ojos de soberana, la altivez de una mujer hermosa y alabada en los corrillos febriles de la Corte.

Fue en una de aquellas madrugadas de bacanal, de risotadas detrás de la puerta, tras derrumbarse el Rey pesadamente en el lecho, cuando la Reina intentó calmar su sed de deseo y correspondencia:

—¿Me escuchas?...

El Rey entreabrió un párpado y resopló, ausente.

—No, ya veo que no.

LA REINA: Bienvenidos

DE LO QUE ACONTECIÓ A UNA REINA QUE SE ECHÓ A LA CALLE

Novela publicada en 1991

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El lector encontrará en este libro -como señala en el prólogo Valle-Inclán, invocado para esta ocasión- la historia de una reina que “se ve olvidada por el rey en sus oscuros corredores palaciegos y decide escapar para conocer el mundo y sus cloacas”. Lanzada, pues, al mundo -o mejor sería decir al demi-monde-, en los bajos fondos de su reino la fugitiva se moverá entre curiosos personajes, muchos ellos tomados, o adaptados, de ese mundo paralelo de las obras de ficción, de la buena y vieja literatura.


La mala distribución muchas veces cierra el paso de novelas meritorias, de buenas obras dignas de la mejor suerte. Ese fue el caso de De lo que aconteció a una reina que se echó a la calle. Celebrada, en el momento de su publicación, 1992, como una magnífica novela gótica, en poco tiempo se convirtió en una obra de culto y llamó la atención de escritores como Clara Janés, quien, en un artículo en ABC, dijo de su autor, Enrique Mercado, que se trataba de “un escritor extraordinariamente dotado para la literatura”.

De lo que aconteció a una reina que se echó a la calle está escrita con un lenguaje delicioso, de sabor atemporal, con una imaginación desbordante que participa de las antiguas fábulas, pero que al mismo tiempo transmite la frescura y desfachatez de un Alfred Jarry o, por usar referentes españoles, juega con el anacronismo y la alta cultura en parecida forma, y con muy cercana calidad, a como lo hacían Cunqueiro o Perucho. Pocos autores son capaces de sumergir a sus personajes en el fango y que salgan de él no sólo impolutos, sino con las manos llenas de lo mejor de ese barro con el que, desde siempre, se han modelado las mejores figuras literarias.

(Crítica de Miguel Baquero)

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